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SciCheck’s COVID-19/Vaccination Project

Video se equivoca sobre Fauci, COVID-19


This article is available in both English and Español

Compendio SciCheck

Un video de la comentarista conservadora Liz Wheeler expone, erróneamente, que el Dr. Anthony Fauci, el principal experto en enfermedades infecciosas de Estados Unidos, le “mintió” al público repetidamente sobre la pandemia del COVID-19. Wheeler desvirtúa, además, información sobre la priorización de la vacuna contra el COVID-19 y los resultados de un estudio científico para argumentar que la gente sana no necesita utilizar mascarillas.


Historia completa

En un video titulado “Fauci le mintió NUEVAMENTE”, la comentarista conservadora Liz Wheeler hace una serie de declaraciones falsas sobre el Dr. Anthony Fauci, el director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas y uno de los expertos del coronavirus más destacados del gobierno. 

El video enfocado en Fauci, que dura cerca de cuatro minutos y ha acumulado más de 1,7 millones de visitas en Facebook desde su publicación a comienzos de enero, también muestra a Wheeler cuestionando la vacuna contra el COVID-19 y el uso de mascarillas numerosas veces. Como explicaremos, sus respuestas son engañosas y contienen información poco precisa.  

Wheeler trabajó como conductora de televisión para One America News Network, un canal de cable conservador conocido por ser uno de los favoritos del ex presidente Donald Trump y por difundir información falsa. 

La tasa de letalidad por casos

El video comienza con Wheeler declarando, falsamente, que Fauci “mintió” sobre la tasa de letalidad por casos del COVID-19. 

“Primero, el Dr. Anthony Fauci dijo que la tasa de letalidad por casos del COVID-19 era 3,6%. Eso resultó ser una mentira”, dijo. “La verdadera tasa de letalidad del virus es probablemente menor al 1%”.

No pudimos encontrar ninguna instancia donde Fauci haya representado equivocadamente la tasa de letalidad por casos, también conocida como tasa de letalidad (case fatality rate o CFR, en inglés) o el porcentaje de fallecidos entre personas con casos confirmados. 

Incluso antes de que Estados Unidos hubiese reportado su primera muerte por COVID-19, Fauci escribió un editorial el 28 de febrero en el New England Journal of Medicine donde decía que la tasa de letalidad podría ser “bastante menor al 1%”. En ese momento, la tasa bordeaba el 2%.

“Si uno asumiera que el número de casos asintomáticos (sin síntomas) o con muy pocos síntomas es varias veces más alto que el número de casos reportados, la tasa de fatalidad por casos podría ser bastante menor al 1%”, dice el editorial coescrito por Fauci y dos funcionarios federales de salud, entre ellos, el director de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades.

Menos de un mes después, en una audiencia en un comité de la Cámara de Representantes el 11 de marzo, Fauci mencionó que la tasa de mortalidad por casos en ese entonces había subido del 2% al 3%, pero todavía sostenía que la tasa, en realidad, era mucho menor. Y dijo, nuevamente, que la tasa de letalidad no consideraba “todos los casos de infección asintomática o con síntomas muy mínimos”. 

Fauci, 11 de marzo: Para que el pueblo estadounidense entienda esto en la práctica, la influenza estacional, con la que lidiamos cada año, tiene una mortalidad de 0,1%. La mortalidad total reportada de esto [el novel coronavirus] cuando usted mira toda los datos, incluyendo a China, es de un 3% aproximadamente. Comenzó en 2 y ahora va en 3. Yo creo que si usted cuenta todos los casos de infección asintomática o con síntomas muy mínimos, probablemente la tasa de mortalidad se sitúe alrededor del 1%, lo que significa que es 10 veces más letal que la gripe estacional. Yo creo que eso es algo que la gente puede captar y entender. 

Es importante aclarar que la tasa de letalidad por casos es una medida simplista que solo divide las muertes por COVID-19 por los casos confirmados. “La verdadera gravedad de una enfermedad puede ser descrita por la tasa de mortalidad por infecciones”, que cuenta las muertes por COVID-19 “entre todos los individuos infectados”, según explicó la Organización Mundial de la Salud. No se considera una mentira el que alguien declare una tasa de letalidad por casos (ya sea del 2%, 3% o 3,6%) y luego explique el por qué esa medida no es precisa para calcular la severidad de una enfermedad. 

Declaraciones falsas sobre confinamientos

La segunda “mentira” de Fauci, según Wheeler, es sobre los confinamientos. 

“Fauci dijo que los confinamientos funcionan. Esto fue, obviamente, falso”, dijo. “Los lugares con confinamientos más estrictos, como Los Ángeles y la Ciudad de Nueva York, han tenido los peores resultados. Y no, no es porque no comenzaron el confinamiento a tiempo. Hay cero evidencia científica, literalmente. Y ahora, a nueves meses del COVID-19, hay cero evidencia científica que demuestre que los confinamientos funcionen”. 

Ciertamente, ha habido debates sobre si implementar o no confinamientos, un término vago con varios significados, pero que generalmente se refiere a restricciones de desplazamiento o la reclusión forzosa de la población en sus domicilios. Expertos en salud pública, la Organización Mundial de la Salud entre ellos, reconocen que los confinamientos imponen un gran costo en la sociedad y se deberían evitar lo más posible. Pero decir que hay cero evidencia científica de que la medida funciona no es preciso.

“Los confinamientos son una forma muy extrema dentro de las medidas que hemos visto que tienen el efecto deseado durante esta pandemia. Y hay evidencia científica de que sí funcionan”, dijo por teléfono Lauren Ancel Meyers, directora del UT Austin COVID-19 Modeling Consortium, una red interdisciplinaria de investigadores y profesionales de la salud trabajando para combatir en COVID-19 basada en la Universidad of Texas en Austin. 

Dando un ejemplo, nos habló de un estudio que publicó su grupo en Emerging Infectious Diseases que miró datos de 58 ciudades en China a comienzos de la pandemia. “Los datos nos mostraron una correlación estadística muy marcada entre la prontitud con la cual una ciudad actuaba y la rapidez con que lograban controlar el brote”, dijo. 

Laura Matrajt, investigadora asociada al Fred Hutchinson Cancer Research Center (centro internacional de investigación del cáncer) que ha modelado los efectos de las intervenciones de distanciamiento social, también nos dijo que las declaraciones de Wheeler eran “obviamente… falsas”.

Matrajt nos señaló varios estudios que apoyan la noción que los confinamientos son efectivos, incluyendo una revisión rápida de 11 países europeos, donde encontraron que la implementación de confinamientos se asoció a una caída del 82% en el número de reproducción efectiva, o Rt. La medida se refiere a cuántas personas, en promedio, cada persona con COVID-19 infecta en un período determinado: un número mayor a uno indica una pandemia en crecimiento y un número menor a uno significa que la propagación de la enfermedad está disminuyendo y eventualmente se va a extinguir. 

De acuerdo al estudio, los hallazgos “sugieren un efecto positivo de las medidas de confinamiento en la extensión de la pandemia del COVID-19, con un efecto mayor en países donde el confinamiento comenzó antes y fue más estricto”.

Un estudio que analizó datos de Europa y Estados Unidos también concluyó que los confinamientos posiblemente jugaron “un rol clave” en el control de la epidemia en varios lugares a fines de abril. “Ningún estado tuvo un Rt estimado menor a 1,0 antes del confinamiento”, escribieron los autores, “pero 29 estados alcanzaron un Rt menor a 1,0 después del confinamiento”. 

Otro estudio publicado en junio en la revista científica Nature también encontró que “grandes intervenciones no farmacéuticas, los confinamientos en particular, han tenido un gran efecto en reducir la propagación” del coronavirus. 

Una serie de otros estudios han encontrado resultados similares y otros verificadores de datos han desmentido declaraciones que dicen que los confinamientos son ineficaces. 

Meyers también ha desmentido la noción de que los confinamientos no funcionan solo porque algunos lugares con grandes brotes han implementado medidas más estrictas. 

“Si miramos hacia atrás, a lo que pasó en la ola de casos en primavera y en Nueva York, fue la creciente amenaza a los hospitales, el creciente número de casos, lo que llevó a Nueva York a establecer la orden de quedarse en casa, en la primavera de 2020”, dijo, mencionando que en muchos casos las restricciones de desplazamiento gubernamentales no son necesariamente confinamientos estrictos. “Esa ola inicial disminuyó luego de que la gente comenzara a tomar precauciones y a quedarse en casa”. 

El mismo patrón se repitió, dijo Meyers, con el alza de casos del COVID-19 en estados de la franja sur, conocida como el Cinturón de Sol, y en Texas durante el verano estadounidense, y con el alza de casos y hospitalizaciones durante el invierno. 

“Estamos viendo en todo el país que a medida de que el riesgo comienza a aumentar, se presentan reglas e información para promover esas medidas de comportamiento”, dijo, “y cuando están implementadas y la gente adhiere a esas recomendaciones, el virus comienza a disminuir”. 

Los comentarios de Fauci sobre las mascarillas

Wheeler afirma, erróneamente, que Fauci admitió haber mentido cuando dijo inicialmente, a comienzos del año pasado, que el uso masivo de mascarillas o tapabocas no era necesario. 

Wheeler dice: “Fauci también dijo: ‘las mascarillas nos funcionan, así es que por favor no las compre,’ nos dijo. Esto es probablemente cierto en el caso de las mascarillas de tela, pero luego Fauci admitió habernos mentido para manipularnos a que no compraramos mascarillas y así no hubiera escasez para los trabajadores de asistencia médica”. 

Antes que nada, Fauci no dijo “las mascarillas no funcionan”. 

En una entrevista con “60 minutes”, un programa de CBS, en marzo de 2020, Fauci dijo que “las mascarillas son importantes para que alguien que está contagiado no contagie a alguien más”. Pero luego añadió que los tapabocas, en general, no entregan la “protección perfecta” contra la infección “que la gente piensa” y por eso “no hay razón para andar caminando con una mascarilla”. 

Fauci aún dijo que no estaba “en contra” de nadie que use una mascarilla “si así lo desea”. Pero advirtió que si todos las usan eso “podría llevar a una escasez de mascarillas para la gente que realmente las necesita”, en particular, los trabajadores de asistencia médica y la gente que está enferma. 

Sus comentarios estaban en línea con las recomendaciones de los CDC en ese entonces de guardar mascarillas para los trabajadores de la salud y para los enfermos de COVID-19. 

Después, en abril, cuando los funcionarios de salud ya habían aprendido más de cómo el virus se estaba propagando a través de personas infectadas pero sin síntomas, los CDC dieron marcha atrás y comenzaron a recomendar que todos usarán mascarillas en público. En ese momento, Fauci, también, comenzó a fomentar el uso universal de los tapabocas. 

Más tarde, en junio, Fauci explicó la medida en una entrevista con TheStreet, un medio financiero basado en Nueva York, en donde admitió que la preocupación por los trabajadores de salud fue un factor determinante en las primeras recomendaciones al público de no utilizar mascarillas. 

Fauci, 12 de junio: La razón para eso era que estábamos preocupados de que la comunidad de la salud pública, y mucha gente estaba diciendo esto, estaban preocupados porque era un momento en que había un suministro muy bajo de equipo de protección personal, incluyendo respiradores N95 y mascarillas quirúrgicas. Y queríamos asegurarnos de que la gente, es decir, los trabajadores de salud, que estaban siendo lo suficientemente valientes para ponerse ellos mismos en riesgo, al cuidar de personas que sabían que estaban infectados con el coronavirus y que corrían el riesgo de contagiarse. No queríamos que ellos se quedaran sin el equipo que necesitaban. Por lo que no hubo mucho entusiasmo por salir y que todos fueran a comprar una mascarilla o conseguir una mascarilla. 

Pero eso no quiere decir que Fauci “nos haya mentido”, como dice Wheeler. 

Durante un evento virtual con el Washington Post en julio, Fauci dijo que, además de querer preservar las mascarillas para quienes más las necesitaban, las autoridades de salud realmente no se dieron cuenta del grado en el cual personas infectadas pero sin síntomas estaban propagando el virus. 

“Es decir, en ese entonces, lo más importante era guardar las mascarillas para la gente que realmente las necesitaba porque había una sensación de que había escasez de mascarillas”, dijo. “Además, no nos dimos cuenta para nada del alcance de la propagación asintomática y que una persona sin un solo síntoma podría, sin saberlo e inocentemente, propagar la infección a alguien que no estuviera contagiado”. 

Fauci agregó: “Pero lo que pasó fue que a medida que pasaron las semanas y los meses, dos cosas se hicieron claras: una, que no había escasez de mascarillas. Teníamos suficientes mascarillas y cubrebocas que se podrían poner encima, cubiertas de tela. Eso le puso fin a ese problema. Segundo, nos dimos cuenta de que había mucha gente sin síntomas que estaban propagando la infección. Por lo que se hizo evidente que absolutamente deberíamos utilizar mascarillas constantemente”. 

Declaración engañosa sobre infección natural

Wheeler luego pasa a cuestionar el porqué se está vacunando a personas que ya tuvieron COVID-19 y al hacerlo dice equivocadamente que la infección natural es “mejor” que la vacuna. 

“¿Por qué la gente que ya tuvo COVID-19 y se recuperó está recibiendo la vacuna?”, pregunta. “Usted podría decir, bueno, para protegerlos contra una nueva infección. Pero no. De acuerdo a un nuevo estudio publicado en el New England Journal of Medicine, que siguió a 12.541 trabajadores de la salud por 31 semanas después de que tuvieran COVID, a seis meses de comenzar el estudio, encontraron que la inmunidad natural era robusta. Sólo encontraron dos casos que se volvieron a infectar sin síntomas. Entonces, ¿por qué estamos vacunando a gente que ya se ha recuperado del COVID? No parecieran estar en riesgo de una nueva infección y la inmunidad natural es mejor que la inmunidad artificial. No tiene ningún sentido”. 

Como hemos escrito, muchas vacunas no proporcionan una inmunidad igual a la que gatilla una infección, pero eso claramente no quiere decir que ese camino sea mejor, ya que contraer la enfermedad es inherentemente riesgoso. Y hay muchas vacunas, como la que protege contra el tétano y el virus del papiloma humano (VPN), que producen una inmunidad superior a la infección natural. (Para más información vea nuestra nota en SciCheck: Paul Misleads on Natural Infection and COVID-19 Vaccines”).  

Para el coronavirus, aún no se sabe cómo se compara la inmunidad de la vacuna con la de la infección. Algunos signos preliminares sugieren que las vacunas producen niveles mayores de anticuerpos neutralizantes de virus que bloquean la infección que los vistos en pacientes recuperándose de COVID-19, pero la resistencia y duración de la inmunidad de tanto la infección natural como la de la vacuna continúan siendo ámbito de investigación. De todas formas, recibir la vacuna es mucho más seguro que contraer el novel coronavirus, o SARS-CoV-2.

Es cierto que la gente que ha tenido COVID-19 probablemente tenga cierta inmunidad por alguna cantidad de tiempo y que por lo tanto no tenga un alto riesgo de volver a contagiarse nuevamente dentro de poco. Por esa razón, algunos expertos han propuesto que las personas que ya han tenido COVID-19 no deberían tener prioridad para recibir la vacuna. 

Pero no hay forma de saber por cierto si una persona es inmune (las llamadas correlaciones inmunológicas de protección, signos medibles de que una persona es inmune, aún no se han determinado para el COVID-19) y no hay claridad de cuánto dura esa inmunidad. 

Como resultado, el sitio web de los CDC dice: “Debido a los riesgos graves para la salud asociados el COVID-19 y al hecho de que existe la posibilidad de reinfectarse por COVID-19, se le debe ofrecer la vacuna más allá de que haya tenido o no infección por COVID-19”. 

En otro sitio, el organismo reconoce que los individuos que han tenido COVID-19 tienen un riesgo menor, agregando que es razonable que quienes han tenido la infección en los últimos tres meses elijan postergar su vacuna, al menos mientras haya poco suministro de vacunas. 

Los CDC también recomiendan que aquellos con infecciones activas de coronavirus esperen hasta que se hayan recuperado para recibir una vacuna y aquellos que hayan recibido anticuerpos monoclonales o plasma convaleciente posterguen la vacuna por al menos 90 días, ya que estas terapias pueden prevenir que la vacuna funcione. 

Vale la pena mencionar que a pesar de que el estudio que Wheeler cita sí sugiere que volver a contagiarse es raro, Wheeler omite algunos detalles. Si bien el estudio incluyó 12.541 trabajadores de la salud, no todos tenían COVID-19. Solo 1.265 dieron resultado positivo en una prueba particular de anticuerpos, lo que sugiere que probablemente tenían el virus. Dos de esos individuos (de los 1.265 casos y no de los 12.541 como sugiere Wheeler) se volvieron a infectar, según los resultados de una prueba PCR para el SARS-CoV-2 realizada en otra ocasión. 

Afirmaciones equívocas sobre distribución de las vacunas

Millones de trabajadores de la salud han tenido contacto directo con pacientes y tienen mayor riesgo de estar expuestos al virus o a contagiarse y luego contagiar a otros. Pero Wheeler sugiere que los trabajadores de la salud han sido unos de los primeros en tener acceso a la vacuna solo porque tienden a ser “más diversos racialmente” que otras poblaciones. 

“¿Por qué los trabajadores de salud, que son jóvenes y sanos, están recibiendo la vacuna antes de que se le ofrezca a personas de tercera edad que viven en residencias para ancianos?”, pregunta. “No es porque el personal de salud tenga un riesgo mayor, no lo tienen. Los ancianos tienen un mayor riesgo, sin dudas. La única razón por la cual los trabajadores de salud están siendo vacunados antes es porque, tal como el profesor de la Universidad de Pensilvania lo explicó, los trabajadores de salud son más diversos racialmente, mientras que quienes viven en residencias de ancianos tienden a ser blancos. O sea, en otras palabras, la vacuna está siendo distribuida de acuerdo a la teoría crítica de la raza, no de acuerdo a la ciencia”. 

Es cierto que los adultos mayores tienen mayor riesgo de necesitar hospitalización o de morir si contraen COVID-19, y que quienes viven en establecimientos residenciales de cuidados a largo plazo (como asilos de ancianos, comunidades de retiro y centros de vida asistida) han sido extremadamente afectados por la pandemia. 

Pero Wheeler simplemente ignora que cerca de 21 millones de trabajadores de salud en Estados Unidos, que trabajan en hospitales, clínicas ambulatorias y asistencia médica domiciliaria, también son un grupo vulnerable. Se estima que más de 15 millones de trabajadores médicos, de los cuales 59% son blancos, han tenido contacto directo con pacientes. 

“La raza y grupo étnico, las afecciones subyacentes, el tipo de ocupación y el entorno laboral del personal de atención médica pueden contribuir a su riesgo de contraer COVID-19 y presentar complicaciones graves, incluida la muerte”, explican los CDC. “Como prestan servicios cruciales a las personas infectadas o que podrían estar infectadas por el virus que causa el COVID-19, los trabajadores de atención médica corren un riesgo alto de estar expuestos y contraer COVID-19”. 

Los CDC también explican que ya que los trabajadores de salud no pueden “prestar servicios claves a sus pacientes o clientes” si contraen el virus o se enferman, “protegerlos de manera constante en el trabajo, en casa y en la comunidad sigue siendo una prioridad nacional”. Advierten además, que los trabajadores que contraen el COVID-19 también podrían contagiar a sus colegas y a quienes están a su cuidado, que a su vez “podrían tener afecciones subyacentes que aumentan su riesgo de enfermarse gravemente a causa del COVID-19”. 

Es por eso que los CDC, siguiendo los lineamientos de un Comité Asesor sobre Prácticas de Vacunación Independiente (ACIP, por sus siglas en inglés), recomendó en diciembre que, en la primera fase del programa de vacunación los funcionarios locales y estatales priorizaran darle las primeras dosis disponibles tanto al personal de atención médica como a los residentes de establecimientos de cuidados a largo plazo. (De acuerdo a Kaiser Family Foundation, los 50 estados y el Distrito de Columbia están vacunando al personal de salud y a los residentes de establecimiento de cuidados a largo plazo y su personal en la Fase 1a. Pero 16 estados se han salido de la recomendación de alguna forma, principalmente incluyendo otros grupos en la vacunación). 

Los CDC y el ACIP dicen que las recomendaciones se hicieron con “información basada en evidencia” sobre las vacunas del coronavirus, con el objetivo de reducir las muertes y casos graves, preservar el funcionamiento de la sociedad y reducir la carga extra que el COVID-19 impone en personas que ya sufren desigualdades. 

Al 2 de febrero, ha habido cerca de 391.000 casos confirmados de COVID-19 y 1.343 muertes en trabajadores de salud, de acuerdo a los CDC. Pero puede que ese cálculo sea bajo. 

En diciembre, Kaiser Health News dijo que su investigación conjunta con The Guardian encontró que “más de 2.900 trabajadores de salud en Estados Unidos han muerto durante la pandemia de COVID-19 desde marzo, un número bastante mayor al reportado por el gobierno”.

El medio dijo que esas fatalidades “incluyen a jóvenes, con una mayoría de víctimas menores de 60 años, en los casos donde hay información sobre la edad”. Adicionalmente, “las personas de color han sido afectadas en forma desmedida, representando cerca de un 65% de las muertes, en los casos donde hay dots de raza y etnia”, dijo KHN. 

Declaración incorrecta sobre mascarillas

Wheeler luego distorsiona un estudio al cuestionar el porqué se le dice a la gente que no está enferma, que use una mascarilla. 

“Hablando de ciencia, ¿por qué la gente que no está enferma tiene que usar mascarillas?”, pregunta. “Usted podría decir, bueno, para prevenir la propagación asintomática. Pero no. Un nuevo estudio del departamento de bioestadística de la Universidad de Florida mostró que la tasa de ataque secundario para casos índices asintomáticos no era diferente de cero estadísticamente”. 

Pero eso es una malinterpretación del estudio. La autora principal del estudio, la experta en bioestadística de la Universidad de Florida Natalie E. Dean, explicó en un hilo de Twitter que su estudio “no concluyó que ‘no hay contagio asintomático o presintomático’ de SARS-CoV-2” o que las “mascarillas y los confinamientos son innecesarios”.  

El artículo, que fue publicado en la revista JAMA Network Open en diciembre, sintetizó y analizó 54 estudios realizados previamente para entender mejor qué tan infeccioso es el coronavirus dentro de los hogares. Los estudios entregaron estimaciones de la tasa de ataque secundario (SAR, por sus siglas en inglés) en el hogar, o qué tan frecuentemente el virus contagia a otros desde un caso índice, o caso inicial. 

Uno de los varios hallazgos fue que mucha más gente contrajo COVID-19 si la primera persona infectada en el hogar tuvo síntomas. Específicamente, la tasa de ataque secundario fue 18,0% cuando el caso índice fue sintomático, versus 0,7% cuando el caso índice no tuvo síntomas. 

Si bien esto sugiere que la propagación del coronavirus entre personas viviendo en el mismo hogar es más probable si una persona tiene síntomas, eso no quiere decir que una persona que no se enferma no va a propagar el virus, o que no hay ninguna razón para usar una mascarilla. 

En primer lugar, como nuestros colegas de PolitiFact y Associated Press mencionaron al desmentir declaraciones similares basadas en este estudio, el mismo artículo advierte que la estimación del ataque secundario para casos índices sin síntomas se basó en sólo cuatro estudios, y concluyó que “permanece esa importante pregunta” sobre la infecciosidad y la severidad de los síntomas. 

La estimación combinada también incluyó estudios que evaluaban la tasa de ataque para gente que nunca desarrolló síntomas, y son asintomáticos, como también para quienes aún no han desarrollado síntomas, y son pre-sintomáticos. 

Como Dean señaló, es cada vez más claro que la gente que nunca desarrolla síntomas es menos infecciosa, pero la propagación pre-sintomática (es decir, por parte de alguien que no tiene síntomas pero los desarrollará eventualmente) ocurre. Y aunque es menos frecuente que la propagación sintomática, estas formas de propagación todavía pueden ser importantes para la pandemia.  

“Una persona asintomática es mucho menos infecciosa pero puede tener mucho más contactos que alguien que tiene fiebre pero se queda en casa”, dijo Dean. 

La estimación de la tasa de ataque, además, es solo para quienes viven en un mismo hogar, no para todas los contagios en una comunidad, lo que es más relevante para el reclamo que hace Wheeler de por qué la gente tiene que usar mascarillas en público. 

Finalmente, si bien las recomendaciones de uso de mascarillas cambiaron en respuesta a la realización de que las personas sin síntomas pueden propagar el virus, que según algunas estimaciones es bastante común, esa no es la única razón para usar un tapabocas en público.  Como explican los CDC, alguna evidencia sugiere que las mascarillas pueden proveer un grado de protección para quienes las utilizan. 

“Ese nivel de protección ante la inhalación del virus depende en gran medida de las telas utilizadas y cómo haya sido confeccionada su mascarilla (p. ej., el tipo de tela, la cantidad de capas de tela, lo bien que la mascarilla se ajusta a su rostro)”, dicen los CDC.

Traducido por Catalina Jaramillo.

Nota del editor: El Proyecto de Vacunación/COVID-19 de SciCheck es posible gracias a una beca de la Robert Wood Johnson Foundation. La fundación no tiene control alguno sobre nuestras decisiones editoriales, y los puntos de vista expresados en nuestros artículos no reflejan necesariamente el punto de vista de la fundación. El objetivo del proyecto es aumentar el acceso a información precisa sobre el COVID-19 y las vacunas, y reducir el impacto de información errónea.